La guerra de Ucrania afronta su decimosexto mes a la espera de la tan anunciada contraofensiva ucraniana, que debería empezar en breve. El Gobierno de Kiev ha venido ralentizando la misma para terminar en encajar en su ejército el material occidental que ha recibido en los últimos meses -como los carros de combate Leopardo 2 europeos-, así como por la necesidad de que desaparezcan los barrizales -que este año se han prolongado más de la cuenta- que provoca el deshielo.
En esta situación, la presa de Nueva Kajovka, la estructura hídrica más importante de Ucrania ha estallado por los aires. La primera consecuencia que trae consigo es que casi 18 millones de metros cúbicos de agua van a empezar a inundar la región de Jersón a ambas orillas del río Dniéper. Decenas de ciudades van a quedar anegadas y un número no determinado de ucranianos que viven en esas zonas van a tener que abandonar sus casas.
La destrucción de la presa de afectará directamente a los dos bandos, que se acusan mutuamente de ser culpables del destrozo. Ucrania tendrá que lidiar con una crisis ciudadana, con la obligada reconstrucción de las poblaciones que quedan anegadas. Como el agua es una de las grandes defensas naturales en la guerra, es posible que también tenga que cambiar una parte de sus planes militares para la gran contraofensiva.
Rusia, que ha estado desarrollando una triple línea defensiva a lo largo de la orilla este del Dniéper, pierde su primera línea de defensa y ve comprometida la segunda. También renuncia a una infraestructura vital cuyo control quiso garantizarse en las primeras 24 horas de guerra: el inicio del Canal del Norte de Crimea. Por otro lado, la destrucción de la presa también puede afectar a la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa.