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La ingeniería social no siempre funciona

La figura de Akenatón es una de las más enigmáticas de la Historia de Egipto. Padre de Tutankamón y marido de Nefertiti, el faraón Akenatón gobernó Egipto durante 17 años y su reinado marcaría el declive de la XVIII dinastía.

En el campo de la política exterior, el poder del imperio del Nilo se vio debilitado ante el empuje de los hititas, perdiendo los egipcios buena parte de su influencia en Oriente Medio.

Pero es la actividad reformista del faraón en el campo religioso lo que más caracteriza su reinado. Akenatón intentó imponer el monoteísmo, proclamando al dios sol como única divinidad oficial. Para ello, prohibió el culto de los dioses egipcios tradicionales, cerró sus templos, confiscó los bienes de la casta sacerdotal y trasladó la capital del reino desde Tebas a la actual Amarna, una ciudad de nueva construcción, a mitad de camino de Menfis.

Todavía es mucho lo que ignoramos acerca de aquel reinado. No tenemos datos suficientes para hacernos una idea de las luchas de poder que motivaron aquellas reformas. Pero Akenatón ha quedado ya para la Historia como un ejemplo paradigmático de que la ingeniería social no necesariamente funciona.

A pesar de todo el poder de que el faraón gozaba, a pesar de que su reinado no fue nada breve y a pesar de que las reformas realizadas trataron de romper radicalmente con el pasado, lo cierto es que todas aquellas reformas quedaron en nada: el culto al dios sol fue abandonado gradualmente tras la muerte de Akenatón, su nueva capital fue tragada por las arenas del desierto y los egipcios volvieron a sus dioses tradicionales. La XVIII dinastía sólo sobreviviría veinticinco años a aquel faraón que creyó tener el poder de moldear a todo un pueblo.

Esta semana hemos conocido los datos de un estudio que el Centro de Investigaciones Sociológicas realizó en Cataluña entre los meses de noviembre y febrero pasados y que, por alguna extraña razón, no ha sido hecho público hasta ahora, con casi cinco meses de retraso.

En ese estudio, cuyo trabajo de campo es posterior a las últimas elecciones autonómicas que dieron la victoria a Artur Mas, se refleja que todo el ruido y la furia que caracterizan la vida oficial en Cataluña poco tienen que ver con los intereses de la gente de la calle.

Según esos datos, para el 55% de los catalanes el principal problema existente es el paro, para el 14% lo es la economía y para el 11%, la sanidad. El autogobierno solo es citado como principal problema por el 8% de los catalanes, la financiación autonómica por el 3% y la lengua catalana por el 1%.

Como puede verse, existe un divorcio total entre las preocupaciones de la gente a pie de calle y los elementos que conforman el discurso de la clase política catalana.

Analizando ese discurso de la clase política, viendo las noticias que llegan día a día de la Cataluña oficial, parece que estuviéramos asistiendo al imparable nacimiento de una nación. Pero si nos vamos al estudio del CIS, nos encontramos con la sorpresa de que solo uno de cada cuatro catalanes se siente exclusivamente catalán. Eso quiere decir que el sentimiento de pertenencia a la nación española es abrumadoramente mayoritario en Cataluña, por mucho que se pretenda aparentar lo contrario.

Y lo más llamativo es que estos datos se obtienen después de décadas de absentismo por parte del Estado, que ha entregado Cataluña al nacionalismo sin ningún tipo de rubor. Estos datos se obtienen después de décadas de adoctrinamiento a través de la escuela. Estos datos se obtienen después de décadas de manipulación a través de medios de comunicación públicos que pagamos entre todos.

Nada de todo ello ha servido para que Cataluña deje de ser España. Toda esa ingeniería social se ha mostrado incapaz de hacer que España deje de estar presente en la mente y en el corazón de los catalanes.

Y si todo eso es así, si el hecho de haber entregado Cataluña a los separatistas, si el hecho de haber abandonado a su suerte a los catalanes no nacionalistas, no ha conseguido que los catalanes dejen de sentirse españoles, ¿qué no se podría hacer si en La Moncloa hubiera un gobierno medianamente defensor de los intereses de España?

Si los gobiernos de la Nación cumplieran con su deber y volvieran a hacer visible al Estado en Cataluña, si los gobiernos de la Nación defendieran en Cataluña a esa inmensa mayoría que siente española, si los gobiernos de la Nación dejaran de financiar el separatismo con el dinero de todos los españoles... los separatistas duraban un suspiro.

Porque lo cierto es que estamos asistiendo únicamente a una inmensa, artificial y costosísima labor de ingeniería social, destinada a expulsar a España de Cataluña. Pero, como la encuesta del CIS sugiere, y como la figura de Akenatón atestigua, las labores de ingeniería social no siempre funcionan.

¿No creen ustedes que ha llegado ya la hora de poner fin al experimento?

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