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Las arenas movedizas del separatismo

Lo de las arenas movedizas es uno de esos mitos urbanos que las películas han contribuido a popularizar. No porque no existan esas arenas, sino porque no tienen casi nada que ver con lo que las películas presentan.

Para empezar, las arenas movedizas aparecen en circunstancias muy especiales, cuando partículas de arena o arcilla forman una especie de gel al mezclarse con el agua. Requieren de una superficie muy saturada de agua, así que pueden aparecer en las riberas de los ríos o en las proximidades de los lagos. Donde no aparecen es en mitad del desierto, por muchas películas en las que unos beduinos malvados terminen tragados por la arena. En todo caso, podrían aparecer en un oasis.

En segundo lugar, eso de que a los actores secundarios (porque a los protagonistas nunca les pasa) se los traguen las arenas movedizas es otra dramatización sin base científica real. Es verdad que si tratas de caminar sobre arenas movedizas o haces movimientos bruscos, se produce una separación momentánea de las partículas de arena y el agua, lo que hace que disminuya la viscosidad y que te hundas un poco. Pero es físicamente muy difícil que te terminen tragando las arenas, porque se trata de un gel con una densidad aproximadamente el doble que la del cuerpo humano, así que las personas flotan sobre esas arenas. Lo que sucederá, si te mueves bruscamente o tratas de caminar, es que te irás hundiendo, pero solo hasta la cintura, momento en que las fuerzas de flotación igualan a tu peso. De hecho, precisamente porque el cuerpo humano flota sobre las arenas movedizas, la técnica correcta para salir consiste en tratar de tumbarse lentamente sobre ellas y nadar de espaldas, también lentamente.

Así pues, no se crean todo lo que ven en las películas. Resulta muy fácil para los guionistas lanzarse como lobos hambrientos sobre un fenómeno llamativo y terminar describiendo escenarios científicamente imposibles.

Ayer, el juez Llarena emitió el auto de procesamiento de los golpistas del 1 de octubre. Trece de ellos serán procesados por rebelión y otros cinco por malversación y desobediencia. El auto estuvo precedido por la huida de Marta Rovira fuera de España y fue seguido por otro auto de medidas cautelares, por el que se enviaba a prisión a cinco de los investigados que hasta ahora se encontraban en libertad bajo fianza, además de dictarse orden de detención internacional para los tres fugados.

Resulta curioso ver cómo los propios separatistas han ido poniéndose al cuello la soga judicial de la que ahora penden. Las razones esgrimidas para enviar a prisión a los dirigentes separatistas son el riesgo de reiteración en el delito y el riesgo de fuga, y hay que reconocer que el propio mundillo separatista se ha encargado de dejarle meridianamente claro al juez que ambos riesgos son muy importantes.

Cuanto más se insistía desde el campo separatista en que nunca se iba a renunciar a los planes golpistas, más claro quedaba para la Justicia que soltar a los presos conllevaba una gran probabilidad de que se volviera a repetir el desafío al Estado. Es decir, que la rebelión siguiera adelante.

Por otro lado, cuanto más histrionismo desplegaba Puigdemont en el extranjero, más recordaba a Llarena que la posibilidad de fuga está ahí, exacerbada por la gravedad de las penas que el delito de rebelión lleva aparejadas. La posibilidad de pasarse treinta años en la cárcel contribuye enormemente a la tentación de huir. El remate de la jugada ha sido la huida de Marta Rovira, que no le ha dejado al juez otra opción que impedir la huida de más procesados, metiéndoles en la cárcel.

Las arenas movedizas judiciales se han tragado a los líderes separatistas, que no han hecho otra cosa, desde que se inició la causa, que patalear histéricamente, lo que los empujaba cada vez más hacia el fondo.

Pero descuiden los separatistas: España es un estado de derecho. Nadie va a perecer ahogado en esas arenas movedizas judiciales. Lo más que sucederá es que quedarán aprisionados en ellas. Y seguirán en ellas presos hasta que aprendan que la mesura es mejor consejero, en determinadas situaciones, que el histerismo.

Por cierto, en una ocasión la revista Slate analizó la popularidad de ese mito de las arenas movedizas en el cine durante la década de 1960, que fue cuando alcanzó la cumbre de la popularidad.

¿Saben Vds. qué porcentaje de las películas producidas por aquel entonces incluía al menos una escena con arenas movedizas? Exacto, lo han adivinado Vds.: el 3 por ciento.

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