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Dublín, renovar el encanto de lo tradicional

Si hay algo que puede arruinarte un viaje antes de hacerlo no es un huelga de pilotos, que también, sino salir de casa con unas ideas preconcebidas que tengan poco que ver con lo que luego nos vamos a encontrar. Si cometemos ese error corremos el riesgo de que al llegar, y encontremos lo que encontremos, nos sintamos decepcionados.

Creo que es el error que algunos cometen al viajar a Dublín, una ciudad encantadora que no tiene nada que ver con Londres, París, Roma, Berlín o Madrid. Afortunadamente, porque para viajar – a – una – gran – capital – europea ya tenemos... las grandes capitales europeas.

Dublín es otra cosa: no muy grande, casi sin enormes monumentos epatantes, pero con una gracia especial, si me permiten la expresión muy poco técnica. Una ciudad que ha renovado su viejo encanto para seguir siendo la que era, pero en una versión mejorada.

Y, eso sí, que no tenga esos grandes reclamos no quiere decir que no haya cosas que ver: monumentos, encantadores museos, una arquitectura realmente interesante... y, por supuesto, detalles nada baladíes como los pubs (aunque de eso hablaremos otro día).

En definitiva, una excelente puerta para llegar a Irlanda y pasar unos días antes de recorrer otras zonas del país o incluso para dedicarle un fin de semana largo, que hoy en día volar es barato y la ciudad tampoco es especialmente cara.

El Trinity College

Digo que Dublín no tiene casi monumentos epatantes y tengo que aclarar que al menos uno sí me lo parece: el Trinity College, un campus universitario en pleno centro de la ciudad. La entrada principal al complejo resulta un tanto engañosa: una puerta estrecha en un edificio no tan monumental.

Pero una vez traspasado el umbral entramos en un delicioso complejo con varios edificios de una hermosa arquitectura neoclásica. El espacio entre ellos, con su ir y venir de estudiantes y profesores, es sin duda un rincón realmente especial.

Y además, como en una muñeca rusa, el Trinity College es una maravilla que encierra otra maravilla que encierra a su vez un tercer prodigio: la biblioteca histórica de la universidad, con su impresionante y bellísima Long Room, en la que se guardaba uno de los manuscritos más hermosos de la historia de Europa: el Libro de Kells.

Hoy podemos disfrutar de una interesante y completa exposición sobre el Libro de Kells y la cultura monástica fundamental en el origen de Irlanda. Justo al lado de esa biblioteca impresionante, a mitad de camino entre una estancia de una película de Harry Potter y nuestra biblioteca de El Escorial. Recórranla en silencio, como si se tratase de un templo, es lo mínimo que merece.

Una arquitectura moderna... hecha dos siglos atrás

Dublín tiene, por supuesto, más cosas que ver en las calles. Para empezar una buena colección de grandes edificios públicos, la mayor parte del s. XVIII, que tienen una arquitectura monumental interesante: Leinster House, el antiguo parlamento, algunos museos de los que ahora hablaremos, hospitales públicos, el Dublin's Castle, ubicado justo donde nació la ciudad...

Pero todavía me parece más interesantes desde el punto de vista arquitectónico las calles de casas de estilo georgiano, que son las más típicas de la ciudad: fachadas de ladrillo muy sencillas con grandes ventanales de madera blanca y las famosas y coloridas puertas.

No son espectaculares en sentido estricto, pero a mí me resultan más que curiosas y tienen algo como de precursoras de la Bauhaus (esas fachadas lisas, muy geométricas, y esas ventanas que ocupan tanto espacio visual). Es una modernidad, probablemente no buscada, pero que me encanta.

Además, en estas casas encontramos las famosas puertas dublinesas. Las entradas son la única concesión a la decoración de toda la fachada, así que las hacen destacar: columnas blancas y frisos enmarcan las propias puertas, que se pintan en brillantes y habitualmente vivos colores.

¿Museos? Por supuesto

Probablemente los museos no están entre las referencias que todos tenemos de Dublín, pero la verdad es que hay algunas cosas que valen la pena, sobre todo teniendo en cuenta el chubasco obligatorio de todos los días del que en algún sitio hay que refugiarse.

En pleno centro de la ciudad hay dos que les recomiendo vivamente: el primero el Museo Nacional de Historia Natural, una deliciosa y decimonónica colección de bichos disecados en urnas de cristal. Abierto en 1857 y con pinta de haber tenido poca renovación desde entonces, es viejo hasta el encanto y hasta ser casi políticamente incorrecto. Hay que verlo lo antes posible no sea cosa que lo remodelen.

El segundo es lo contrario: la sección arqueológica del Museo Nacional de Historia es un ejemplo de una exposición moderna, excelentemente bien montada y, además, con unos fondos realmente valiosos y, en algunos casos, ciertamente espectaculares: su colección de piezas de oro celta es, según dicen, la más importante del mundo; y tiene también una sección sobre cuerpos momificados que han encontrado en turberas irlandesas que es realmente sobrecogedora.

La ciudad tiene mucho más que ofrecer: la gigantesca fábrica Guinness convertida hoy en un reclamo turístico de primera; los pubs, sin duda algo verdaderamente único; sus dos catedrales... pero de todo eso, como les decía, hablaremos en otras ocasiones.

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comentarios
1 Clemente, día

Carmelo, estupendo texto y estupendas fotografías. Tienes toda la razón al decir que si queremos una gran capital europea, vayamos a una. Dublín es encantadora por eso: su carácter íntimo, de "pueblo de los tíos". Y con muchísimos puntos de interés. Soy un enamorado de Irlanda, y Dublín, un básico. abrazo y go on with the good work!

2 PedroG, día

En Dublin hay un lugar que nadie que ame la naturaleza debería perderse: los jardines Iveagh.

3 Jaime Murillo, día

Acabo de volver de celebrar St. Patrick Day en Dublín, que maravilla de ciudad, de sus gentes, de sus pubs y como no del arte de servir y beber una Guiness.

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