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Kazimierz: el encanto de la Cracovia judía

El barrio de Kazimierz era el centro de la Cracovia judía y hoy se está convirtiendo en un rincón de modernidad... con sinagogas.

Visité Cracovia en un viaje en el que lo judío, por así decirlo, era esencial: aprovechando la invitación para asistir a los actos por el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, ese infierno en la superficie del que ya les hablé por aquí.

Con estos antecedentes no les parecerá tan extraño que, aunque tampoco tuve demasiado tiempo para pasear por la preciosa ciudad polaca, parte de ese tiempo lo dedicase a recorrer Kazimierz, el antiguo barrio judío de Cracovia.

Me decidí por Kazimierz aunque hay otras formas de acercase a la historia judía de la ciudad: se puede visitar el gueto en el que la comunidad fue encerrada, o la fábrica en la que transcurrió –y fue rodada- la increíble aventura de Schindler, pero habiendo visitado ya el horror del campo de exterminio, me apetecía acercarme a una parte menos dramática de la Cracovia judía.

Además de eso, Kazimierz es una zona interesante y con encanto, no estoy seguro de que se pueda decir que es un barrio hermoso, pero sí de que es muy recomendable y de que será un paseo muy agradable para cualquier viajero, además de encerrar algunos auténticos tesoros.

Por ejemplo, tiene una asombrosa colección de sinagogas que sorprende que hayan llegado a nuestros días, si bien lo cierto es que la mayor parte de la ciudad se salvó de la destrucción que sí sufrieron casi todas las demás ciudades polacas y, singularmente, Varsovia.

Bajo la nieve

Casualidades de la vida, tampoco tan sorprendente si tenemos en cuenta que estamos hablando de Polonia y del mes de enero, llegué a Cracovia en medio de una impresionante nevada y, un par de días después, cuando recorría Kazimierz, todavía estaba cubierto de nieve, sobre todo allí donde la urgencia de la vida moderna no había obligado a retirarla con celeridad.

El barrio lleva algunos años en proceso de recuperación y ahora está entre medias de la modernidad y el abandono que ha debido sufrir durante décadas. Así, uno encuentra algunas fachadas sucias y descuidadas, con puertas y escaparates cerrados como si viniese un huracán, junto a las que vemos también tiendas y cafés de lo más moderno y chic. El conjunto no deja de tener una pátina que lo hace interesante, que le da carácter, que lo convierte en un lugar especial.

Kazimierz tiene algunas iglesias –era un barrio judío pero no un gueto- alguna imponente como la Basílica del Corpus Christi, vale la pena visitarlas, pero lo verdaderamente único del barrio es la preciosa colección de sinagogas, perfectamente conservadas y muchas de ellas todavía lugares de culto aunque estén abiertos al turismo.

Las hay tan antiguas como la sinagoga Remuh, con casi 500 años, pequeña, delicada y decorada como una bombonera. La visito al mismo tiempo que un amplio grupo de viajeros del American Jewish Congress que contemplan arrobados el lugar, como quien viaja literalmente en el tiempo, cosa que para algunos quizá sea verdad, al menos en cierto sentido.

El cementerio

Junto a la sinagoga está uno de los lugares más mágicos, hermosos y especiales de toda la ciudad: un viejo cementerio judío, tan antiguo como dejó de enterrarse gente allí en el S XIX.

Lo recorro cuando está cubierto por la nieve, solitario. Hace cientos de años que no tiene ningún nuevo inquilino, pero está extraordinariamente bien cuidado: sus viejísimas lápidas se mantienen limpias y en pie, y hasta aquellas a las que el tiempo ya empieza a tumbar parecen colocadas así ex profeso, como para dar el tono justo, el punto gótico –entiendan la contradicción- que un lugar así necesita.

Incluso encontramos las piedrecitas amontonadas con las que la tradición judía sustituye a las flores en sus cementerios, como si los familiares de alguien muerto en el S XVIII acabaran de pasar por allí.

No es el cementerio de Remuh un lugar triste, quizá porque las inscripciones en hebreo me alejan de los nombres y por tanto de las personas que están allí, quizá porque el mismo tiempo me aleja también de alguien que murió hace dos o tres siglos. Y no siendo triste, visitarlo es una experiencia relajante, hermosa, inolvidable.

Aunque no tengan cementerio, las restantes sinagogas de Kazimierz merecen que las visite, sobre todo aquellas que siguen siendo centros de culto. Las hay más grandes y más pequeñas, más lujosas y más modestas… cada una de ellas es interesante por sí misma y el conjunto es, como les decía, excepcional.

Y luego están las tiendas, los restaurantes –algunos judíos, no todos-, un viejo mercado reconvertido a medias en una de estas cosas modernas con puestos de comida… y las muchas calles por las que pasear e imaginarse, aunque sólo sea por un momento, que todo el horror no pasó, que lo peor del S XX no recorrió las calles de ese Kazimierz que sigue siendo un bonito barrio en el que vive una floreciente comunidad judía. Es bonito, aunque sólo sea un sueño.

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