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Ubrique: un pueblo blanco con mucho que contar y enseñar

Conocido sobre todo por la piel, Ubrique es un bonito pueblo gaditano con mucho que ver y que disfrutar.

Conocido sobre todo por la piel, Ubrique es un bonito pueblo gaditano con mucho que ver y que disfrutar.
Un paseo por Ubrique

Aunque es la puerta de los llamados pueblos blancos, tengo la sensación de que dentro de esas clasificaciones mentales que todos nos hacemos y que por lo general son más bien tontas, no solemos tener a Ubrique como un posible destino turístico, sino que aparece en otros apartados quizá más originales: el pueblo de la piel -que desde luego lo es y es además un mundo sorprendente y apasionante, mucho más importante de lo que creemos- o, en la zona más rosa de nuestra mente, el lugar de origen de un famoso torero.

Yo mismo viajé a Ubrique para conocer ese mundo apasionante y semisecreto de las fábricas de marroquinería, pero una vez allí enseguida pensé que aquel no era, ni mucho menos, el pueblo industrial que esperaba encontrar.

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La plaza Mayor de Ubrique | C.Jordá

O sí, pero sólo en parte: obviamente Ubrique ha crecido más que otras localidades de la zona y es menos 'perfecto', si me permiten la expresión, pero conserva -y conserva muy bien- una cantidad de belleza y encanto que para sí los quisieran muchos, además de bastantes más cosas que ver de las habituales.

Agarrado a las peñas

Como es lógico, esa belleza se concentra más en una parte vieja que trepa por la rocosa montaña bajo la que crece Ubrique, unos riscos imponentes que dibujan un perfil muy llamativo y característico y también hermoso.

En la zona más pegada a las rocas se encuentra una colección de calles estrechas, que se curvan para adaptarse como buenamente pueden a la forma natural de la montaña y van serpenteando y sacando espacio de donde no lo hay. Una serie de callejones aún más estrechos, muchos de ellos unos simples escalones entre las blanquísimas paredes de las casas, conectan montaña abajo las diferentes calles, que corren más o menos paralelas.

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Una de las calles del barrio alto de Ubrique | C.Jordá

El conjunto se corona con varios miradores desde los que se contempla la vista amplia de todo Ubrique a nuestros pies, brillante de blanco, desordenado y abigarrado, llenando todo el pequeño valle de una desordenada mezcla de cal y tejas.

Y la piel, claro

Como les comentaba al principio y como bien saben ustedes, Ubrique es conocida como la meca de la piel. La mayoría pensará que se trata de un fenómeno regional o como mucho nacional, pero la realidad es mucho mayor: grandes empresas de todo el mundo fabrican en Ubrique sus mejores productos de marroquinería en una mezcla de industria y artesanía que resulta apasionante.

Lamentablemente, la propia naturaleza de un negocio asediado por las imitaciones y que en muchos casos tiene que desarrollarse casi en secreto, hace difícil convertir este mundo de la piel en el recurso turístico que yo creo que podía ser, pero aún así algo se puede entrever, por ejemplo en las muchas tiendas de la localidad, pero sobre todo en el Museo de la Piel que está instalado en un antiguo convento de capuchinos del siglo XVII, realmente bonito ya por sí mismo.

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El edifico del Museo de la Piel de Ubrique | C.Jordá

La exposición incluye máquinas antiguas y viejas para trabajar la piel, ejemplos de la marroquinería que se hace en la villa y de algunos otros usos más artísticos y, como un detalle muy curioso en la entrada, una colección de patacabras de artesanos ubriqueños. La patacabra es una pequeña pieza de madera que es la herramienta del trabajador de la piel por excelencia. Cada uno tiene la suya propia y a veces se hereda de padres a hijos o de abuelos a nietos. Probablemente, si hubiese que elegir un único objeto para representar al pueblo sería ese pequeño tarugo de forma peculiar y de nombre tan descriptivo.

Un pasado romano

A sólo unos minutos de Ubrique y en mitad del espléndido entorno natural que rodea al pueblo -mira que son hermosas esas sierras gaditanas, qué paisaje tan bello y tan diferente, pero al mismo tiempo familiar- está otro lugar de visita obligada: el yacimiento romano de Ocurris.

Al final de un sendero que es en parte la auténtica calzada romana y por el que me crucé con unas cabras que estaban pastando apaciblemente, los restos se extienden por una zona tranquila en la que unas flores silvestres amarillas le daban una nota más intensa de color al verde que tanto abunda por allí. Entre piedras y árboles se pueden ver algunos muros, una casa de piedra reconstruida tiempo atrás, unos aljibes grandes y una especie de cámara funeraria bastante llamativa.

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Benaocaz, desde el yacimiento de Ocurris | C.Jordá

Estábamos casi en la cima de la colina y desde allí se veía precioso paisaje de las sierras gaditanas. Unos metros más abajo unos excursionistas pasaban por otra calzada romana más importante y excelentemente bien conservada que atravesaba la zona hace casi dos milenios y por la que aún hoy se puede llegar a Benaocaz, el pueblo que, también blanquísimo, cuelga de la montaña unos kilómetros más allá, también visible desde el yacimiento.

Cuando lo visité en un espléndido día de finales de otoño Ocurris transmitía una belleza y una paz especiales y pensé lo que tantas veces he pensado en otros lugares similares: qué listos eran los romanos para elegir donde asentarse.

Las excavaciones arqueológicas han descubierto que en Ocurris el curtido de la piel ya era una de las actividades principales. No deja de ser curioso que haya pasado tanto tiempo, se hayan visto tantos cambios y la esencia de la zona siga girando alrededor de lo mismo. Al propio Ubrique le ha pasado algo parecido: el desarrollo y la industria no han conseguido arrebatarle su esencia: un pueblo de blanco brillante agarrado a la montaña y que, eso sí, tiene mucho que mostrar y contar.

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