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Los bombardeos atómicos supusieron el golpe final para el Japón imperial, que anunció su rendición el 15 de agosto de 1945, marcando así el final de la Segunda Guerra Mundial. 
El 9 de agosto de 1945, a las 11:02 de la mañana, apenas tres días después de la devastación de Hiroshima, Estados Unidos lanzó una segunda bomba atómica sobre Japón. La aeronave encargada de la misión fue un bombardero B-29 llamado Bockscar, pilotado por el mayor Charles Sweeney. La bomba, apodada Fat Man, era considerablemente más potente que Little Boy –la utilizada en Hiroshima– y empleaba plutonio-239 como material fisionable, a diferencia del uranio-235 utilizado en el primer ataque.
El alcalde de Hiroshima, Kazumi Matsui, el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, y otros altos cargos depositaron el pasado miércoles flores en el cenotafio como homenaje a las víctimas de los bombardeos atómicos. “No nos queda mucho tiempo, mientras enfrentamos una amenaza nuclear mayor que nunca”, advirtió en un comunicado Nihon Hidankyo, la organización japonesa de supervivientes, galardonada en 2024 con el Premio Nobel de la Paz por su labor en favor de la abolición de las armas nucleares.
La ciudad quedó convertida en un infierno en cuestión de segundos. Entre 60.000 y 80.000 personas murieron el mismo día de la explosión, y dos tercios de los edificios, cerca de 60.000 construcciones, fueron reducidos a escombros. La cifra de fallecidos ascendió a finales de 1945, contabilizándose unas 140.000 víctimas debido a las quemaduras y a las enfermedades por la exposición a la radiación. 
Era el 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, cuando el bombardero estadounidense Enola Gay, pilotado por el coronel Paul Tibbets, liberó la bomba Little Boy desde una altura de 9.500 metros. El artefacto explotó en el aire, a unos 600 metros del suelo, sobre una ciudad que no había sido bombardeada anteriormente y que albergaba una importante base militar, Hiroshima, en la isla Honshu de Japón. 

80 años de Hiroshima y Nagasaki: un ignoto horror para la humanidad

Hace 80 años, el mundo fue testigo de una devastación sin precedentes. En diciembre de 1941 el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra a Japón en tras al ataque sorpresa de ese país en Pearl Harbor. El 6 de agosto de 1945 el presidente Harry S. Truman autorizó el lanzamiento de las bombas atómicas, primero sobre Hiroshima y tres días después, el 9 de agosto, en Nagasaki. En apenas segundos, miles de vidas quedaron borradas y cientos de miles más quedaron marcadas por la radiación, el sufrimiento y la destrucción.