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El Santo Oficio separatista

Como ya he contado en algún otro editorial, la Inquisición española no fue esa especie de monumento a la barbarie que la leyenda negra sostiene. Lejos de ello, la Inquisición fue una institución infinitamente más garantista e infinitamente menos cruel de lo que era habitual en la época.

Y la razón es muy simple: la Inquisición era un tribunal formal, donde los procedimientos estaban reglados, donde el acusado tenía derecho a un abogado defensor y donde la culpabilidad se debía demostrar. En casi todo el resto de Europa, por el contrario, los procesos por herejía y brujería se llevaban a cabo en tribunales ad hoc, sin garantía ni defensa alguna para el reo.

Y si bien es cierto que la Inquisición llegó a aplicar métodos de tortura para arrancar confesiones, esos métodos estaban limitados, solo se utilizaron en un número de casos reducido y se aplicaban bajo estricto control notarial (lo que nos ha permitido, por cierto, conocerlos al detalle); mientras tanto, en casi todo el resto de Europa, la tortura del reo era habitual y se aplicaban procedimientos de tortura que la propia Inquisición española prohibía por inhumanos.

Los números relativos son muy claros: mientras que menos del 3% de los encausados fue condenado a muerte por la Inquisición, en muchos procesos de brujería en Europa el porcentaje de condenas a muerte superaba el 50%. Y los números absolutos también son elocuentes: el número de ajusticiados por la Inquisición a lo largo de tres siglos y medio de existencia no llegó a las 5.000 personas; la mayoría de ellas murieron por garrote vil y solo fueron quemadas en la hoguera unas 600 personas (menos de 2 por año). En la misma época, en los países centroeuropeos se quemó en la hoguera por brujería a más de 60.000 acusados.

Dicho esto, está claro que los métodos de la Inquisición, por muy humanos que fueran comparados con los de su propia época, eran absolutamente inhumanos a la luz de lo que hoy consideramos aceptable. El acto mismo de quemar vivo a un condenado es algo que nos suscita un profundo asco. Iba a añadir que el propio concepto de condenar a alguien a muerte nos repele, pero el hecho es que, sorprendentemente, sigue habiendo muchas personas en el mundo occidental que defienden la pena de muerte, y Estados Unidos es un claro exponente.

Traigo todo esto a colación porque no he podido evitar acordarme de las hogueras de la Inquisición al ver la noticia de los muñecos ahorcados con los logotipos de Ciudadanos, PP y PSC, que han aparecido en un puente de una carretera catalana.

Una de las costumbres de la Inquisición española era la de utilizar efigies cuando no se podía quemar al condenado. Si el condenado a muerte estaba huido o había muerto durante el proceso (porque los juicios podían alargarse varios años), lo que se hacía era utilizar un monigote para representar al reo y quemar ese monigote. De ahí viene la expresión "quemar en efigie".

Quienes han colgado esos muñecos en un puente catalán están ahorcando en efigie a los políticos y votantes de los partidos no separatistas. Y lo hacen en efigie por la misma razón que la Inquisición utilizaba monigotes: por no poder hacerlo con las personas reales.

Hace falta estar muy enfermo, hace falta haber sembrado mucho odio, para que unos energúmenos reflejen sus deseos de forma tan evidente, con unos muñecos ahorcados.

Evidentemente, la inmensa mayoría de los separatistas no son violentos ni asesinos potenciales, pero no me cabe duda alguna, y creo que a ustedes tampoco, de que a algunos descerebrados del separatismo no les temblaría el pulso a la hora de ahorcar a los reos de españolismo. Y a diferencia de la Inquisición, los ahorcarían sin previo juicio.

El separatismo, con la complicidad de los gobiernos centrales, ha convertido a Cataluña en una sociedad medio enferma. Y ya va siendo hora de que la parte sana de esa sociedad ponga en marcha, con la complicidad del resto de los españoles, el proceso de curación. Por lo pronto, barriendo en las urnas a los responsables de este auténtico desastre moral.

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