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La increíble y triste historia de un alcalde del PP

Esta semana hemos conocido los datos de paro y afiliación a la Seguridad Social del mes de agosto. Los datos no han sido buenos, y tendrán unas consecuencias políticas inmediatas y de largo alcance. Para entender por qué, retrocedamos al principio de la legislatura.

Rajoy llegó a la Moncloa con una cómoda mayoría absoluta, otorgada por un pueblo español cansado del PSOE y dispuesto a votar a Rajoy aunque fuera con la nariz tapada, con tal de jubilar a un Zapatero al que se le percibía como enormemente sectario y responsable directo de la crisis.

Rajoy disponía de la mayoría necesaria para deshacer los destrozos que Zapatero había hecho. Pero pronto quedó claro que don Mariano no tenía la más mínima intención de acabar con el zapaterismo. Vamos camino de completar el tercer año de legislatura y el PP no ha derogado ni una sola de las leyes ideológicas que Zapatero promulgó, ni ha enmendado ninguna de las líneas políticas que Zapatero dejó trazadas: ahí siguen, incólumes, la ley del aborto, la de la memoria histórica, la alianza de civilizaciones, la hoja de ruta de negociación con ETA, la intensificación de la disgregación autonómica o el encubrimiento de los casos 11-M y Faisán, por poner algunos ejemplos. Tan descarada es la prolongación de las políticas zapaterinas, que resulta imposible sustraerse a la sospecha de que Rajoy pactó, para que le dejaran llegar a la Moncloa, no alterar nada del proyecto de ingeniería social que Zapatero puso en marcha.

Ante sus electores, el PP recurrió al argumento de que tenía que centrarse en la Economía. Pero tampoco en el terreno económico ha hecho nada el gobierno Rajoy, más allá de rescatar las cajas de ahorros quebradas por los políticos y aumentar extraordinariamente la deuda para mantener a toda costa el ruinoso estado autonómico. No se acometió ninguna reforma estructural que adelgazara realmente las administraciones y, en su lugar, se hizo caer toda la factura de la crisis sobre las familias, los autónomos y las pequeñas empresas, confiando en que la recuperación económica de los países de nuestro entorno tiraría de nosotros hacia arriba.

Y durante unos meses (a partir del último trimestre del año pasado), pareció que a lo mejor podía producirse el milagro, porque comenzó a registrarse, después de seis años de crisis, una tímida subida de afiliaciones a la Seguridad Social. Sin embargo, era solo un espejismo: hace tres meses, esa tímida subida comenzó a ralentizarse y los datos de agosto han vuelto a mostrar, por primera vez en once meses, una caída de cotizantes. Volvemos a decrecer, porque la situación internacional se ha complicado y porque se ha enfriado la actividad económica de los países de nuestro entorno, con lo que éstos ya no tiran de nosotros.

Veamos ahora las consecuencias políticas del dato.

Dado el contexto internacional, ya es virtualmente imposible que se cree el suficiente empleo de aquí a mayo del año que viene. Harían falta 2.130 nuevos cotizantes CADA DIA en los próximos nueve meses para recuperar, antes de las elecciones municipales, el nivel de empleo que dejó Zapatero. Lo que quiere decir que el PP acudirá a las elecciones con menos afiliados a la Seguridad Social de los que había al empezar la legislatura. Es decir: el PP acudirá a las elecciones sin poder exhibir un triunfo en la única baza que tenía, la económica.

Rajoy lo aposto todo a la economía... y ha perdido. Así pues, ni ideología, ni economía: el PP concurrirá a los comicios con una mano delante y otra detrás.

Con lo cual, ya pueden ustedes imaginar las consecuencias: ni con reforma electoral, ni sin reforma electoral, van a poder los populares mantener las alcaldías y las comunidades autónomas que ahora gobiernan. Haciendo excepción de algún alcalde carismático, que se salvará de la quema por su especial buen hacer, el PP va a perder todo su poder territorial: los alcaldes y presidentes autonómicos recibirán en sus traseros la patada que los electores del PP desean darle a Rajoy.

¿Y qué pasará cuando eso suceda? Pues depende de si las alternativas moderadas existentes son capaces de ponerse las pilas de aquí al próximo mes de mayo. Si Vox, Ciudadanos y UPyD saben recoger e ilusionar a los electores que huyen en masa del PP y del PSOE, iremos a una situación abierta, pero manejable. Pero si esas alternativas moderadas no consiguen superar las zancadillas que se les pongan desde el poder, o no logran ilusionar a la gente, entonces será Podemos quien coseche todo el voto del descontento, y probablemente cope el poder autonómico y municipal.

Sea como sea, el hecho es que el PSOE está ya muerto y al PP le quedan solo nueve meses para implosionar, una vez perdido todo su poder territorial. Y todos haríamos bien en irnos preparando para el nuevo escenario que va a abrirse en España.

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