
Puede
que el belga Robert Waseige no tenga la cara más fácilmente reconocible
de los 32 seleccionadores que participarán en el Mundial, pero cuando
las cámaras de televisión lo enfoquen en busca de expresiones de
éxtasis o agonía, Waseige será muy fácil de distinguir, ya que prácticamente
siempre está sonriendo. Mientras que la mayoría de los técnicos
dejan entrever el estrés inherente a su profesión por el encanecimiento
del cabello y otros signos de envejecimiento precoz, Waseige se
mantiene en plena forma.
Las apariencias pueden engañar. Nacido en Lieja siente la misma tensión que sus colegas, sólo que, según su mujer, la manifiesta de forma completamente distinta. Waseige, a la manera de Hércules Poirot, es un maniaco perfeccionista. No sólo exhibe la misma sonrisa en los partidos sino que, además, usa la misma corbata. Y antes de cada encuentro, experimenta la extraña compulsión de lavar su coche.
A pesar de estas excentricidades, su palmarés a lo largo de sus más de treinta años como director futbolístico, principalmente en el Standard de Lieja y en Charleroi, reluce casi tanto como su coche. Ha sido elegido entrenador belga del año en tres ocasiones, y la única mancha en su carrera profesional se produjo en una aventura solitaria fuera de su país. E incluso entonces, se dio cuenta enseguida de que se había equivocado y se despidió del Sporting de Lisboa después de tan sólo seis meses en el cargo. Su popularidad entre sus jugadores ha sido determinante. Combinando su sonrisa de irresistible encanto con unas dotes de comunicación fuera de lo común, fue capaz de reavivar el espíritu de equipo en una selección devastada por su eliminación en la primera ronda de la Eurocopa 2000, disputada en suelo belga.