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En Eslovenia, país de 20.000 km2, encerrado entre Italia, Austria, Hungría y Croacia, sólo hay 30.000 futbolistas federados. Pero todos tienen un objetivo supremo, destacar su identidad y ser tomados en cuenta en el primer Mundial de su historia.
Desde la obtención de su independencia en 1992, los eslovenos no han tenido muchas oportunidades de mostrarse en el escenario europeo después del empate (1-1) como locales ante sus vecinos italianos, en el primer partido oficial. Fue una de las razones de la extrañeza de los especialistas por la llegada al primer plano de un puñado de jugadores provenientes de oscuros clubes eslovenos.
Pero el verdadero despegue se produjo con la llegada al frente de la selección del ex jugador yugoslavo de origen esloveno Srecko Katanec, quien logró transformar, en apenas 15 meses, a unos jugadores, muchas veces timoratos, en un grupo de vencedores.
Bajo su inspirada dirección, Eslovenia obtuvo una serie de nueve partidos invicto (6 victorias y 3 empates) de los 12 disputados en 1999, suscitando una ola de entusiasmo sin precedentes en los aficionados.
Los diarios eslovenos, habitualmente ocupados con las informaciones de esquí o de básquetbol, comenzaron a escribir de fútbol, en una nueva fiebre y pasión que se impuso en todo el país.
A ello se agregó la llegada de una carismática naciente estrella del fútbol: Zlatko Zahovic, el de los goles determinantes. El talentoso centrocampista del Benfica de Lisboa se convirtió en el ariete de la "legión extranjera" eslovena.
Para guardarle las espaldas, Eslovenia cuenta con una defensa compacta formada por Aleksander Knavs y Zeljko Milinovic, en un equipo capitaneado por el veterano Ales Ceh en el mediocampo.
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